LEONARDO BÁEZ, EL MODISTO VALDIVIANO
El Leo, como es conocido, habla de lo que han sido estos más de 40 años detrás del pedal de la “Singer” y de las vicisitudes que conlleva ser el único ‘modisto’ del Calle Calle.
Camilo Henríquez 807, segundo piso, es el lugar exacto donde se ubica “Sastrería y Modas Leonardo”. Ahí, en medio de dos máquinas de coser y rodeado de diferentes confecciones, mayoritariamente femeninas, se encuentra Juan Leonardo Báez Guzmán, más conocido como Leo. Viste pantalón negro y una camisa de color rojo furioso, algo así como un retazo de su pasado más “colorinche”, como más adelante confiesa. Acogedor, divertido y bueno para la conversa resulta este valdiviano cuya imagen es conocida por casi todos, pero cuya historia es patrimonio de unos cuantos.
Desempolvando el armario de los recuerdos, Báez señala que el oficio que hasta el día de hoy ha sido el sustento de su vida, comenzó como una jugarreta de adolescente: “esto partió como una humorada de Santiago, yo era terremoteado y me fui el sesenta para allá, a los salesianos. Allá estaba la Academia Bernardo O’ Higgins perteneciente a la Universidad de Chile, donde salieron todos los modistos eran “medio delicado”, pero al entrar nos dimos cuenta que no era tan así y que la profesión era bonita”.
Luego de seis años de instrucción en las artes de la confección se tituló como Profesor de Estado en Modas. Así, con la experiencia adquirida en la Academia y en su práctica profesional en la tienda Johnson’s de Santiago, decidió darse una vueltita para tantear el terreno laboral en la ciudad que lo echó al mundo. “Llegué el setenta a pegar una miradita y en el setenta y dos me quedé acá. Yo no pensaba quedarme en Valdivia porque en Santiago tenía todo, pero al llegar acá y ver que había tanta pega y no habían modistos dije ¡aquí esta la mía! Empecé a trabajar en Chacabuco, atrás del Traumatológico, en una sastrería de René Vásquez Carvajal. Ahí me di cuenta que trabajaban con él doce personas, porque en ese tiempo la pega era terrible, no se conseguía ni una basta en ninguna sastrería, estaba todo copado. Me probé y me di cuenta que no sabían trabajar, ya que lo hacían con una máquina y no tenían nada más, eran de una sola escuela, la de la academia de Sein Contreras, que le enseñaba a todos los sastres valdivianos, entonces todos sabían lo mismo, hacían todo exactamente igual, no como uno, porque yo aprendí de distintos profesores que enseñaban diferentes tipos de cosas; por ejemplo, yo trabajo al estilo de fábrica y por eso tengo mis buenas clientas…nadie trabaja como yo aquí en Valdivia. Ahí estuve doce años, pero ya asociado con el caballero. Cuando llegué a Valdivia había setenta y cuatro sastrerías, ahora con suerte hay una”, señala quien confecciona y diseña desde trajes de baño hasta vestidos de novia.
Si bien se especializó también en sastrería (confección de varón), fue su condición de modisto lo que le dio fama en el rubro, transformándolo en único hombre que trabajaba íntegramente en el corte y confección para damas, situación que para entonces resultaba muy particular, por decir lo menos.
Fue así como no dio puntada sin hilo y supo hacerse un nombre en la alta costura local. “Yo revolucioné el sistema aquí en Valdivia y mi primera clientela se formó cuando dijeron: oye, llegó uno que hace ropa de mujer. Recuerdo que la señora Carla Sepúlveda me preguntó si sabía hacer ropa de mujer… necesitábamos faldas, me dijo. Aquí en Valdivia no había nada y como la señora tenía un nivel social alto, entonces va y le dice a la señora Lucía Sobell de Ergas- que era de la Casa Llorente – que llegó un modisto a Valdivia. Fue así como se fue corriendo la voz y las clientas comenzaron a llegar en gran cantidad”, recuerda Leo, quien además hizo clases de sastrería y moda en Inacap (cuando tenía la carrera vespertina por allá en los ’70), la escuela Técnica y el Duoc.
-¿Qué tipo de confecciones son las más solicitadas por sus clientes?
“De todo un poco, pero sí bastantes trajes de fiesta, de casamiento. La gente a veces quiere renovarse, por ejemplo el médico o el abogado no compra en las tiendas comerciales, porque andarían todos uniformados, y se encontrarían en las fiestas con la misma ropa. Siempre para los eventos grandes estoy haciendo trajes junto a Nathalie Bopp, siempre hacemos cosas en conjunto. Aquí en los casamientos grandes de Valdivia siempre estoy yo; he hecho muchos casamientos y el último fue el del Capitán de Puerto que se casó con Laura Peñaloza”.
-Si bien su clientela es mayoritariamente femenina, también trabaja como sastre, ¿qué es lo más requerido por los hombres?
“Yo hago harto para la gente que no tiene talle: el más gordito, el más grande, el más flaco. Por ejemplo yo aquí tengo unos médicos que no tienen talle y tengo que hacerle los pantalones, las chaquetas; hay otros que son muy flacos, otros muy altos y no les queda nada bien. Son los únicos que mandan a confeccionar ropa, entonces, si yo fuera sastre a esta hora no estaría aquí, estaría muerto de hambre… Así de simple”.
-¿Cuánto cuesta un traje hecho por usted?
“Depende, por ejemplo los vestidos de fiesta cien mil pesos hacia arriba”.
-¿Y para el varón?
“Un terno, cien mil pesos. Ése es su precio, por ahí no hay nada más que hacer que el vestón y el pantalón, claro que es hecho a mano todavía, terminado a mano, no es como de fábrica, pegado, es un traje a mano”.
-Me imagino que dentro de todos estos años en el negocio le deben haber sucedido muchas anécdotas
“Tengo una muy buena: resulta que yo fumaba mucho, me levantaba con el pucho en la mano y dejaba las colillas a un lado, en el taller; llegó el día viernes y tenía que terminar un traje muy lindo de fiesta, entonces el cigarro se me cae y queda así un hoyo… Cuento final, perdí el género, el cliente y la plata. Desde ese día nunca más volví a fumar”.
-¿Cómo es la relación del valdiviano con la moda? ¿Ha cambiado con el tiempo?
“La gente antes era, como nosotros decimos, más ‘acartuchaditos’. Para los hombres el terno debía ser de tres botones y el pantalón tenía caída con bastilla; la mujer tenía que ir con un traje largo, nunca iba a ir con un vuelo ni mostrando mucho la pierna ni nada. Ahora están los escotes, y si mostramos la pierna, mejor. Se usan mucho los coloridos ahora.
Cuando llegué a Valdivia la gente se probaba sola, porque no quería que nadie la viera; las mujeres aquí eran muy recatadas y cerradas. Ahora eso ha cambiado bastante”.
-¿Tiene alguna clienta top de la capital?
“Tengo una clienta que es muy especial que viene todos los años, que es la señora de Cristián Edwards (uno de los hijos del dueño de El Mercurio, Agustín Edwards, que fue secuestrado por el Frente popular Manuel Rodríguez en 1991) y que venía aquí todos los años a verme para el verano. Ahora ya no viene, porque toda la gente salía arrancando, ya que en ese tiempo andaba con guardaespaldas armados. Yo tengo ese tipo de clientela que en su mayoría son rotables. También tuve la oportunidad de vestir a la señora Marta Larraechea, cuando era primera dama de la nación. Por intermedio de una clienta la conocí y le hice unos cuatro o cinco trajes cuando estuvo en Punta de Tralca… entonces cuando la veíamos en las noticias yo decía: mira, ahí están mis trajes. Esas confecciones las hice junto a María Arriagada”.
UN MODISTO BIEN MACHO
-Hablemos del prejuicio al que siempre están expuestos los modistos o diseñadores textiles: generalmente la gente dice, despectivamente, que todos son homosexuales…
“A mí me lo han dicho en mi cara, de frente. También Hay anécdotas, como cuando estábamos en la academia y yo dije que iba a ser un modisto bien macho, porque en realidad todos los que conozco son del otro lado. Pero a mí me lo han dicho en mi cara”.
-¿Qué le han dicho?
“Si acaso soy maricón”.
-Así de directo…
“Sí, pero yo me río. Por ejemplo hace cinco años atrás llegó de Punta Arenas un agente de un banco y me trajeron a su señora como cliente, entonces llega y le dice a su marido que voy donde el sastre – ella me decía sastre – a arreglarme el traje de baño; el señor se espantó y le dijo: ¡qué!... cómo vas a ir a probarte el traje de baño para que te vean todo… y ella le respondió no, si él trabaja con mujeres, es modisto; a lo que él dijo Ah se le queda la patita atrás… Entonces ese caballero está creído que soy así… jeje”.
-Característico en usted es el sombrero que siempre lleva puesto… hábleme un poco acerca de este accesorio que tanto lo identifica
“Claro, yo como que puse la moda del sombrero pues nadie lo usaba, eran muy huasos. Cuando llegué a Valdivia me fui a vivir a Las Ánimas y en ese tiempo, con estos temporales, había solamente como cuatro micros, entonces había que movilizarse a pie y el paraguas se daba vuelta y uno quedaba todo mojado. Un día un amigo me dijo que llegaron unos paraguas de treinta y seis palillos que eran muy buenos y que no se daban vuelta nunca; fuimos a comprarlo y eran muy bonito, llegaba a levantarme con el viento… ¡pucha que bueno el paraguas! Claro, no se daba vuelta, pero se salió la cacha y el paraguas se fue volando hacia la estación cuando me dirigía por el puente hacia mi casa. Entonces la solución fue comprarme un sombrero que sirve tanto para el invierno como para el verano, para el sol. Es lo más práctico, sobre todo para el invierno… una parka y un sombrero”.
-Una pinta que no es de muy alta costura… algo contradictorio por decir lo menos
“Jaja… A mí me han dicho de todo, porque me visto con cualquier cosa. Cuando era cabro y llegué aquí andaba con camisas de colores y ropa vistosa, era joven y hacía mucho deporte, y yo siempre al ‘toque’. Más tarde cambié mi look, igual como cualquier persona, las casacas sueltas, los pantalones para allá, me dejé la barba y siempre con mi sombrero… Recuerdo que una vez una señora le dijo a la otra mira, este es el modisto, el Leo, y yo para callado alcancé a escuchar que la otra mujer le dijo: oye, pero tiene más pinta de carretonero que de modisto. La gente que me conoce sabe quién soy, pero los demás si yo me paro en cualquier parte y digo yo soy el modisto, el Leo, nadie lo cree”.
-Don Leo, ¿está feliz con su profesión?
“Soy un enamorado de ella, si trabajo hasta los días domingos, los feriados y Año Nuevo. Si hay que trabajar, trabajo. Esta es mi vida, no importa que ahora no gane la plata que llegué a ganar, lo que me interesa es trabajar. Yo soy el Leo aquí en Valdivia y no voy a una cola, no hago nada de eso; no es que tenga pitutos, sino que la gente me ubica”.